Andenes abiertos

Recuerdo aquellos anuncios de Renfe de finales de los 90 en los que nos decían "Renfe. Somos el tren". Creo que han debido olvidarlo, en cualquier caso, uno que antes era "viajero" y ahora lo llaman "cliente", espera que el tren no sea de esa manera. Me explico: Ayer me dirigía al tren Estrella Pío Baroja en la estación barcelonesa de Sants, recientemente renovada. Bien, lo que ocurre ahora es al llegar uno se encuentra al más puro estilo aeroportuario un par de señores "trajeaos". Amablemente le piden el billete para confirmar que ha sido suficientemente avispado como para leer las pantallas.

No vaya a ser que la pifie bajando a un andén que no es el suyo. Si hemos acertado no habrá problemas, nos dejarán pasar. Eso sí, única y exclusivamente a nosotros porque solo se pasa con billete. Si alguien desea acompañarnos dependerá del criterio del amable señor encorbatado que quizás comprenda que las maletas entre varios se llevan mejor, o que puede que queramos apurar el tiempo que nos queda con la persona que nos acompaña. Luego claro, viene la máquina de rayos X, por donde habrá que pasar todo el equipaje. Una absurda sensación irracional de seguridad, confirmada por no haber un arco de metales.

Finalmente, otro par de amables señoras/señores nos pedirá el billete esta vez arrancándole una parte que guardarán para el revisor. Si alguien ha podido acompañarnos hasta este último control puede ser que ahora haya que explicar al personal de la tercera barrera que la primera barrera está de acuerdo en que nos acompañen.

Si no lo conseguimos nos tendremos que ir, a regañadientes y con mal café hacia el andén dejando a la persona que nos acompaña en territorio neutral, en zona desmilitarizada como diría aquél. No me gusta el galopante complejo de inferioridad de Renfe, el continuo intento de copiar al avión, incluso sus errores, despojando al ferrocarril de su carácter. Heredar lo malo del transporte aéreo es una estupidez, y nada tiene que ver con modernidad y tecnología. No, los trenes no necesitan azafatas con sonrisa forzada que repartan auriculares y caramelitos.

Tampoco el incordio de pasar detectores de metales (¿por qué sí en el tren y no en el metro?), ni de hacer check-in, ni de despedirse antes de tiempo para hacer cola, como un paquete de Correos en tránsito. Si Renfe sigue por ese camino pensaré, "no, no sois el tren. El tren no es así". En tren uno puede llegar 30 segundos antes de la salida y aun así no perderlo. En tren uno no tiene que preocuparse por el peso de su maleta, ni por llevar un jarrón chino Ming. Tampoco tiene uno por qué renunciar a charlar con su gente desde el vestíbulo del vagón, a tocar su mano a través de la ventana, a interpretar lo que dicen sus labios, a ese último abrazo desde la escalera. "Así es el tren".

Publicado en el periódico ADN

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